El verdadero amor no tiene fecha de caducidad

El verdadero amor no tiene fecha de caducidad

Monday, November 24, 2014

Tres consejos del Papa a los novios, por el P. Juan García Inza

En el día de san Valentín, el Papa celebró  un encuentro con 10.000 parejas de novios en la Plaza de San Pedro. Francisco respondió a 3 preguntas sobre: el miedo al “para siempre”; el estilo de la vida matrimonial; y el tipo de celebración del matrimonio. Recordamos sus palabras  en estas fechas en las que suele haber muchos planes de parejas que piensan en el matrimonio:

Primer consejo:
rezar a diario para durar siempre

Es importante preguntarnos si es posible amarse "para siempre". Hoy en día muchas personas tienen miedo de tomar decisiones definitivas, para toda la vida, porque parece imposible... y esta mentalidad lleva a muchos que se preparan para el matrimonio a decir: Estamos juntos hasta que nos dure el amor.... Pero, ¿qué entendemos por "amor "? ¿Sólo un sentimiento, una condición psicofísica?

Ciertamente, si es así, no se puede construir encima nada sólido. Pero si el amor es una relación, entonces es una realidad que crece y también podemos decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa se edifica en compañía, ¡no solos! No querréis construirla sobre la arena de los sentimientos que van y vienen, sino sobre la roca del amor verdadero, el amor que viene de Dios...

La familia nace de este proyecto de amor que quiere crecer como se construye una casa: que sea lugar de afecto, de ayuda, de esperanza... Así como el amor de Dios es estable y para siempre, queremos que el amor en que se asienta la familia también lo sea.

No debemos dejarnos vencer por la "cultura de lo provisional". Así que el miedo del “para siempre” se cura día tras día, confiando en el Señor Jesús en una vida que se convierte en un viaje espiritual diario, hecho de pasos, de crecimiento común...

Porque el “para siempre” no es sólo cuestión de duración. Un matrimonio no se realiza sólo si dura, es importante su calidad. Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío de los esposos cristianos.

En el Padrenuestro decimos "Danos hoy nuestro pan de cada día”. Los esposos pueden rezar así: “Señor, danos hoy nuestro amor de todos los días.... enséñanos a querernos”.

El matrimonio es un trabajo de orfebrería que se hace todos los días a lo largo de la vida. El marido hace madurar a la esposa como mujer, y la esposa hace madurar al marido como hombre. Los dos crecen en humanidad, y esta es la principal herencia que pasan a los hijos.

Segundo consejo: 
aprender a convivir

“La convivencia es un arte, un camino paciente, hermoso y fascinante... que tiene unas reglas que se pueden resumir en tres palabras: ¿Puedo?, gracias, perdona.

¿Puedo? Es la petición amable de entrar en la vida de algún otro con respeto y atención. El verdadero amor no se impone con dureza y agresividad. San Francisco decía: La cortesía es la hermana de la caridad, que apaga el odio y mantiene el amor.

Y hoy, en nuestras familias, en nuestro mundo, a menudo violento y arrogante, hace falta mucha cortesía.

Gracias. La gratitud es un sentimiento importante. ¿Sabemos dar las gracias? Es importante tener presente que la otra persona es un don de Dios, del que siempre debemos dar gracias. Una vez una anciana de Buenos Aires me dijo: la gratitud es una flor que crece en terreno noble.

En vuestra relación ahora y en vuestra futura vida matrimonial, es importante mantener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios... y a los dones de Dios se dice “gracias”. No es una palabra amable para usar con los extraños, para ser educados. Hay que saber decirse gracias para caminar juntos.

Perdona. En la vida cometemos muchos errores, nos equivocamos tantas veces. Todos. De ahí la necesidad de utilizar esta palabra tan sencilla: "perdona”. En general, cada uno de nosotros está dispuesto a acusar al otro para justificarse. Es un instinto que está en el origen de tantos desastres.

Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir disculpas. También así crece una familia cristiana. Perdóname que haya levantado la voz. Perdóname que haya pasado sin saludarte. Perdóname por llegar tarde, porque esta semana he estado tan silencioso, por no haberte escuchado, porque estaba enfadado y te lo he hecho pagar a ti… Todos sabemos que no existe la familia perfecta, ni el marido o la mujer perfectos. Existimos nosotros, los pecadores.

Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: que un día no termine nunca sin pedir perdón, sin que la paz vuelva a casa. Si aprendemos a pedir perdón y perdonar a los demás, el matrimonio durará, saldrá adelante.

Tercer consejo: 
boda sobria.

La celebración del matrimonio debe ser una fiesta, pero una fiesta cristiana y no mundana. Lo que sucedió en Caná hace dos mil años, sucede en realidad en cada fiesta nupcial. Lo que hará pleno y profundamente verdadero vuestro matrimonio será la presencia del Señor que se revela y nos otorga su gracia.

Al mismo tiempo, es bueno que vuestro matrimonio sea sobrio y destaque lo que es realmente importante. Algunos están muy preocupados por los signos externos: el banquete, los trajes...

Estas cosas son importantes en una fiesta, pero sólo si indican el verdadero motivo de vuestra alegría: la bendición de Dios sobre vuestro amor. Haced que como el vino de Caná, los signos externos de vuestra ceremonia revelen la presencia del Señor y recuerden a vosotros y a todos los presentes el origen y la razón de vuestra alegría. El señor multiplicará vuestro amor y os lo dará fresco cada día: ¡tiene una reserva infinita!

Fuente: religionenlibertad.com

Monday, November 3, 2014

Matrimonio y excepciones, por Jesús Martínez Gordo

El cardenal Raymond Leo Burke es Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica y, por ello, responsable de la recta tramitación de las causas de nulidad matrimonial en todos los tribunales de la Iglesia y el encargado de resolver los conflictos de competencia entre los diferentes dicasterios.

En declaraciones, previas al Sínodo Extraordinario, el cardenal Burke no se ha cansado de recordar -criticando la propuesta del cardenal W. Kasper, favorable a que los divorciados casados civilmente puedan comulgar- que el ingrediente mínimo y esencial de una respuesta pastoral desde la misericordia es el respeto a la verdad, algo que pasa por el reconocimiento de que, si no ha habido una declaración de nulidad, existe un vínculo indisoluble.

Y lo ha argumentado en los siguientes términos: "la indisolubilidad del vínculo está claramente reconocida, desde la fundación de la Iglesia, en el evangelio de Mateo, por lo que la Iglesia tiene que respetar y promover la verdad del matrimonio de todos los modos posibles, como la unión indisoluble y abierta a la vida entre un hombre y una mujer. No puede haber cambios en eso". Si los hubiera, la Iglesia no estaría cumpliendo las palabras de Cristo en Mt 19,9. Lisa y llanamente, estaría fallando en la defensa de una verdad fundamental para la fe.

En el transcurso del Sínodo Extraordinario ha abundado en dicha tesis sosteniendo que no ve "cómo se pueda conciliar el concepto irreformable de la indisolubilidad del matrimonio con la posibilidad de admitir a la comunión a quien vive una situación irregular (...). Cuando ello sucede, se cuestiona directamente lo que ha dicho Nuestro Señor cuando enseñaba que quien se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio". Se trata de una verdad, ha concluido, que el papa, por ser vicario de Cristo en la tierra y el servidor de la verdad de la fe, ha de respetar.

Más recientemente, en declaraciones a Vida Nueva, ha insistido (un tanto grandilocuentemente, por cierto) que "el pilar de la Iglesia es el matrimonio. Si no enseñamos y vivimos bien esa verdad, estamos perdidos. Dejamos de ser la Iglesia".

La confrontación con W. Kasper

La confrontación de R. L. Burke -y sus otros cuatro compañeros cardenales- con la propuesta de W. Kasper se presta a diferentes consideraciones de orden escriturístico, patrístico, dogmático y jurídico. Ahora sólo es posible exponer sintéticamente (por motivos de espacios) el estado de la cuestión desde el punto de vista escriturístico.

Pero la conclusión sería, exactamente la misma si fuera posible adentrase en la argumentación patrística, dogmática y jurídica que se está desplegando en esta confrontación entre R. L. Burke (y los otros cuatro cardenales) con W. Kasper: no es una verdad revelada que Dios haya condenado la articulación de indisolubilidad y misericordia en el caso de los divorciados vueltos a casar.

Remito -para una ampliación de este punto- a la próxima publicación de un cuaderno de "Cristianisme i Justicie" ("De cuatro teólogos a cinco cardenales") en la que se exponen éstos y otros puntos.

"Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre" (Mt 5,31;19,3-9). El argumento escriturístico está particularmente presente en las críticas de los cinco cardenales. Lo discutible no es, por supuesto, la referencia a las palabras de Jesús (la verdad), sino la lectura y la interpretación que se hace de ellas (marginando la misericordia). "La verdad del matrimonio", ha recordado R. L. Burke, "está claramente reconocida, desde la fundación de la Iglesia, en el evangelio de Mateo". Es "la indisolubilidad del vínculo". Y, en eso, "no puede haber cambios".

Una mirada al pasaje en el que se registran las palabras de Jesús y a la historia de su exegesis invita a ser más cautos de lo que es R. L. Burke (y con él sus cuatro compañeros cardenales) ya que su crítica (y la contundencia con que la formulan, sin posibilidad de excepciones) no obedece a razones escriturísticas.

Como es sabido, en el evangelio de Mateo, las dos ocasiones en las que Jesús proclama solemnemente la indisolubilidad de la unión entre el varón y la mujer van acompañadas de dos importantes incisos (Mt.5, 31: "menos en caso de fornicación"; Mt 19, 9: "salvo en caso de adulterio") que parecen abrir la puerta a una excepción, por lo menos, en caso de adulterio de uno de los dos cónyuges.

Ya en su día, estos dos incisos fueron calificados por S. Agustín como un "oscurísimo problema". En la actualidad, lo siguen siendo. Los exégetas contemporáneos se mueven -como en el pasado- entre quienes interpretan que la afirmación de la indisolubilidad es totalmente incompatible con excepción alguna y quienes la entienden como algo profético-escatológico y, por ello, perfectamente conforme con una cierta tolerancia.

Así, por ejemplo, las iglesias cristianas ortodoxas y protestantes los han interpretado como una excepción que -añadida por Mateo con el fin de adaptar la enseñanza de Jesús a la situación particular de su Iglesia- permite el divorcio en caso de adulterio. Un comportamiento similar sería el de Pablo a propósito de lo que, después, será llamado y reconocido como el privilegio paulino (1 Cor 7,12-16).

La exegesis ortodoxa

Para los ortodoxos es incuestionable la indisolubilidad del matrimonio como voluntad de Dios. Pero también lo es que se trata de un ideal escatológico que se realizará en su plenitud sólo al final de los tiempos y que, por ello, no puede convertirse inmediatamente en disciplina eclesial. Ésta es la razón por la que no excluyen la tolerancia propia de un tiempo que, como el nuestro, es intermedio y en el que, al estar todavía condicionados por la fuerza del pecado y teniendo dificultades para alinearnos plenamente con el ideal último de Dios, no queda más remedio que confiar en su amor misericordioso. Evidentemente, esta interpretación no legitima, de ninguna manera, el divorcio, sino que, una vez constatada su dolorosa existencia, intenta poner remedio.

La exegesis luterana

Tampoco los luteranos niegan que la indisolubilidad sea una afirmación de Jesús. Sostienen, más bien, que ningún principio puede abolir el dato incontestable de un matrimonio fallido. Y lo que está irremediablemente roto no puede ser reunido mediante una simple apelación a un voluntarismo ético, estéril e impotente, que va contra la fuerza de las cosas o de la situación. Por eso, la suya es una interpretación que, condescendiente con las debilidades del ser humano, renuncia a aplicar de manera inflexible el ideal propuesto. Y lo hace a la luz de los incisos de Mateo y del privilegio paulino.

La exégesis católica

La exégesis católica, por su parte, ha ido evolucionando (desde los santos padres hasta los exégetas modernos) de una interpretación rígida y no permisiva (pero ya, desde entonces, dividida en la explicación de los dos incisos) a otra cada vez más tolerante. De hecho, coexisten tres interpretaciones en función del significado polisémico y discutido tanto de las preposiciones (exceptivas, inclusivas o preteritivas) como del sustantivo genérico "porneía": adulterio, fornicación, concubinato, unión ilegítima o ilegal, unión inválida por parentesco prohibido, algo que hoy sería un impedimento dirimente (José Rodríguez Diez)

Como consecuencia de ello, los exégetas católicos siguen discutiendo sobre esos incisos: "¿se refiere a la unión ilegal que no es verdadero matrimonio? ¿Admitían una excepción las comunidades judeocristianas? La letra -sostiene L. A. Schökel- favorece lo segundo, la interpretación tradicional lo primero" (Biblia del peregrino). Como se puede apreciar, la exégesis de estos incisos sigue siendo "el punto conflictivo de un rompecabezas (...) que persiste rebelde hasta para la crítica moderna" (P. Langa).

Quizá, por ello, su interpretación está más condicionada por pre-compresiones probables que por sólidas razones de carácter exegético. De ahí que, al no ser posible alcanzar una indicación moral determinante sobre el divorcio (y, menos, en la dirección defendida por R. L. Burke), se deja abierto el "logion" de Jesús sobre la indisolubilidad: no es posible entenderlo sin excepciones. O, dicho de otra manera: desde un punto de vista escriturístico, es de recibo y legítima, la articulación de indisolubilidad y misericordia.

En la exegesis católica actual hay, por tanto, un decantamiento a favor de una interpretación cada vez más cercana al criterio que preside la propuesta de W. Kasper: articular la verdad de la indisolubilidad con una praxis misericordiosa. Y, por ello, cada vez más lejana de la tan altisonantemente proclamada (que no debidamente argumentada) por estos cinco cardenales con R. L. Burke al frente.

Sería deseable que bajaran el tono de sus acusaciones y que no dieran por debidamente argumentadas tesis que nunca lo han estado escriturísticamente. Y menos en nuestros días.

Fuente: religiondigital.com

Divorciados vueltos a casar por lo civil: ¿bendición en vez de comunión? Algunas diócesis lo hacen, por Patricia Navas González

En algunas misas, en el momento de la Comunión se anuncia la posibilidad, para las personas que no pueden comulgar, de acercarse con los brazos cruzados para recibir una bendición.

En diversas diócesis

Esta práctica existe desde hace años en numerosas iglesias de distintos países, especialmente anglosajones y escandinavos. Se ha dado también en Jornadas Mundiales de la Juventud y ha sido objeto de pronunciamientos de la archidiócesis de Paderborn (Alemania) y de Milán (Italia), explica monseñor Vitur Huonder.

Este obispo la sugería el pasado mes de marzo como una “prenda de la misericordia de Dios” en su diócesis de Chur, situada en los Alpes suizos. Su propuesta busca la integración, y no la exclusión, como lo han percibido algunos que se han quejado públicamente de la propuesta.

Evitar la exclusión

“Una bendición así me pondría, por así decirlo, al descubierto -me confiesa una amiga separada que convive con su nueva pareja al plantearle esa posibilidad-. ¿Cómo aceptarán esto las otras personas que están en misa? Muchas de ellas no aceptan ni siquiera que esté participando en la celebración un divorciado que convive con otra persona…”

La Comunidad del Cordero usa esta costumbre desde hace años en sus misas, que suelen congregar a mendigos, refugiados, ex toxicómanos, enfermos,… pues esta comunidad tiene la misión de ofrecer a los pobres un lugar en la Iglesia.

El Hermanito Juan, sacerdote, la considera muy positiva. “Que no comulguen no quiere decir que no les consideremos como hermanos –afirma, sosteniendo su mirada cordial-. Para que se sientan en comunión, se nos permite hacer un gesto”.

Y continúa: “La Iglesia quiere acoger con misericordia a las personas que no pueden acercarse a la Comunión, evitar que se sientan excluidas y hacer camino con ellas; eso tiene que ser por etapas”.

“Cuando hay personas divorciadas que se han vuelto a casar, han tenido hijos que tienen que asumir y han hecho un camino cristiano, pueden vivir en castidad pero a lo mejor no se encuentran en ese paso,… entonces, tras ese gesto, las acogemos mostrándoles que no pueden recibir la Comunión pero reciben la bendición para seguir avanzando en su camino”, añade.

En la estela del sínodo

La humildad que promueve en la Iglesia el Papa Francisco -que es el primero en considerarse pecador, e invita a todos a hacer lo mismo y a manifestar misericordia- ayuda a desterrar todo vestigio de desprecio a quien no puede comulgar.

Precisamente la acogida en la Iglesia de las personas divorciadas unidas nuevamente ha sido uno de los temas (quizás el más mediático) de la reciente asamblea extraordinaria del sínodo de los obispos sobre la familia.

El documento de síntesis de este sínodo habla de tratar a la familia con el mismo esquema que el diálogo ecuménico.

En este sentido, si a veces, en las misas en las que participan personas no católicas, el que preside “las invita a acercarse al altar para recibir una bendición y no la Comunión” –como recoge el Instrumentum Laboris del sobre la Eucaristía-, ¿qué razón podría impedir ofrecerla a católicos que no pueden comulgar?

Precedentes

Este documento vaticano destaca el parecido entre esta bendición, a las personas que no pueden comulgar, y la distribución del antidoron en el rito bizantino, un pan bendecido pero no consagrado que se reparte en algunas iglesias ortodoxas y de otras confesiones cristianas al final de la celebración.

Según el director del Instituto Superior de Liturgia de Barcelona, Jaume González Padrós, no hay ningún escrito del Magisterio sobre este uso, que “forma parte de una cierta tradición que en Oriente es más antigua, la de procurar que quienes no han podido tener el pan eucarístico puedan recibir una bendición o un pan bendecido”.

Para el liturgista, esta señal de pertenencia y acogimiento puede tener su valor, puede ayudar a mostrar que esas personas no están excomulgadas, a expresar una cierta maternidad eclesial, “como si fuera una caricia de la madre al hijo que está enfermo o no lo está pasando bien”.

“Se buscan maneras para que quien no puede participar en la máxima expresión de la participación eucarística que es la comunión no se quede sin nada; son signos, pequeños gestos con los que la comunidad cristiana dice que quien no puede comulgar continúa siendo miembro de la comunidad, participando de las bendiciones que se reciben de la Iglesia”.

A la espera 

La política inglesa Louise Mensch ha compartido su experiencia este mes en The Spectator: “Soy católica, divorciada y casada de nuevo. Voy a misa cada semana. Cuando mis hijos quieren que les acompañe a recibir la Sagrada Comunión, voy detrás de ellos con los brazos cruzados sobre mi pecho”, explica.

En su situación, cree en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y educa en la fe a sus hijos: “Al más pequeño le entusiasma especialmente ir a recibir la bendición, aunque quiere saber cuándo podrá tener “el pan”. Yo le digo: “Cuando entiendas por qué no es ‘el pan’”.

“Nunca me ha venido la idea de presentarme a la comunión, cuando nunca he intentado hacer anular mi primer matrimonio –continúa-. Sé que no soy una buena católica, y llevo una vida que la Iglesia considera adúltera. Sin embargo, permanezco confiada, porque espero en la misericordia de Dios”.

Y concluye: “Guardo la esperanza de que algún día esté en estado de gracia y en condiciones de recibir nuevamente la Sagrada Comunión”.

Fuente: religionenlibertad.com